martes, 1 de septiembre de 2009

“La feria ambulante” de Teatro Mendicantes se desplaza

Pasacalle en Plaza de Armas de Santiago

por Roberto Mundaca M.

Es el último viernes de agosto, ya los más viejos celebran que se fue el fatídico mes y que llega el solcito a calentar las calles santiaguinas. De hecho, hoy hubo un sol resplandeciente, pero ya son las 6 de la tarde y el sol se va apagando poco a poco. La gente va saliendo de sus trabajos, de la universidad, del colegio, de sus actividades, y transitan por Plaza de Armas como si nada, como todos los días, evadiendo palomas, atriles, pintores y comediantes. Se dirigen al metro, a Ahumada, a un café con piernas, una tienda o quién sabe, destinos disímiles que - para al menos un centenar de ellos -, sufrió cambios de panorama.

Son las 6 con 10 minutos, en la Plaza de Armas hay un camión, en el camión una feria, en la feria una banda de música. Pasan unos 5 minutos de desatada la música y se enfilan detrás del camión-feria-escenario, unos enmascarados vestidos con colorida ropa casual. Son los feriantes que comienzan a moverse y entonar canciones relativas al mercado popular. Detrás suyo, personas de todo tipo: más viejos, más jóvenes, más pitucos, más sencillos. Unos ríen, otros bailan, otros miran con curiosidad. Se escucha un llamado de atención: “ya po’ Bosellur” y “Bosellur” toca el pito que empieza a moverlo todo. Parte la música, los enmascarados se ponen a bailar y el camión empieza a moverse. Los espectadores caminan a su lado.

Le escena corresponde a la presentación del taller de pasacalle “La feria ambulante”, que Teatro Mendicantes ha estado desarrollando entre 4 de julio y 28 de agosto, con gente de distintos sectores de Santiago como villa los Troncos (la Cisterna), la Palmilla (Conchalí), san Gregorio (la Granja) y Arturo Prat (Lo Prado). De estructura sencilla y dinámica que invita a participar, unas cuecas, unas cumbias y enmascarados coloridos y enfiestados, más la cuidada decoración de la escenografía errante, le ponían los ingredientes precisos al pasacalle que no es más que una merecida alegoría de las ferias libres y toda la onda que la rodea.

La música está a gran nivel, la dinámica es simple – por lo tanto, fácil de seguir -, el espectáculo es colorido y llamativo, y la idea central se va transmitiendo con éxito. Los enmascarados bailan, la gente baila, se comprometen con la causa, se ríen, gozan, se divierten. Otros no se atreven a bailar, pero aplauden y tiran buena onda. Al final todos participan. Incluso cuando irrumpe en escena el personaje de un candidato que compra votos y promete abolir las ferias libres. Los enmascarados lo rechazan y el público también. Un anciano, de rostro duro y arrugado, emocionado y envalentonado por la muchedumbre le grita “¡la feria nunca va a desaparecer, porque la feria siempre ha sido!”. Está viejo, pero tiene calle, y la calle le ha dado sabiduría. El viejo no está lejos de la realidad, aunque parezca que su sentido de realidad está alterado. Tanta razón tiene, que la evidencia es que cientos de personas iban al metro, a Ahumada, a un café con piernas, una tienda, o quién sabe; y sus destinos disímiles fueron cambiados por ser uno más en un espectáculo popular y multicolor.